Por: Juan Manuel Delgado
Ponencia presentada en el Foro “Quinto centenario de la rebelión taína”, celebrado en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, durante los días 18 y 19 de febrero de 2011.
Muy buenas tardes a todos los presentes. Agradezco la presencia de estudiantes y profesores de nuestro Centro en esta actividad. Agradezco la presencia de un grupo de estudiantes del programa graduado de historia de la Universidad Interamericana, del Recinto Metropolitano. A todos les agradezco su presencia porque hemos sido convocados y auto convocados por la fuerza del tema trascendental de este foro que tiene como título “Quinto Centenario de la rebelión Taína”. Y ese agradecimiento lo extiendo al Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, sobre todo al compañero Sebastian Robiou, principal organizador de la actividad, por habernos invitado a participar en este foro.
Cuando recibí la invitación pensé hablar de la acción militar de los Boriquenses, pero cambié de parecer, inmediatamente, porque he tratado el tema previamente, en conferencias como los Olvidados del Quinto Centenario, en artículos y en mi libro Los mártires de la nación puertorriqueña. También porque sobre este tema se ha hablado y escrito mucho, desde distintas perspectivas. Ante esa decisión opté por insertar la guerra de los hijos de Atabex al proceso de formación del jíbaro, y a las formas de lucha y resistencia de ese nuevo componente. De esta forma podemos insertar esos elementos en un tiempo histórico de carácter estructural, de mayor extensión, que fue lo suficientemente prolongado para influir en la resistencia general de nuestro pueblo. La tarea no es fácil. Nuestra historiografía colonial, con su conjunto de telaraña de historias oficiales, sobre todo las creadas después de 1952, enterró al indígena de nuestra historia, con la misma crudeza que los helenos expulsaban a los proscritos aplicándoles el castigo del ostracismo.
La historia oficial que se divulga en las escuelas y universidades, privadas y del Estado, nos ha instruido con el dogma de que los indios desaparecieron o fueron totalmente exterminados en el siglo XVI y que a mediados de ese siglo no quedaba nada de esa raza autóctona. Un sector de la Academia, desde hace cuatro décadas, enfatiza, una y otra vez, que si el “indio” aparece mencionado en alguna documentación, se trata de “indios extranjeros”. Hasta se ha dicho, que los “indios” que aparecen en censos del siglo XVIII eran ex convictos de México que fueron traídos a Puerto Rico para cumplir sentencias en la cárcel de la inquisición ubicada en la ciudad de Puerto Rico y que todos aquellos que estaban ubicados en la zona de Las Indieras, eran esclavos traídos del Caribe y de México. Lo increíble de este acto de segregación es que aun en el caso de que fuese cierto que todos los indígenas autóctonos fueron borrados de la faz de la tierra, no podemos entender cómo se ha discriminado contra este sector.
En un foro como este, no podemos guardar silencio, sobre el atropello y discriminación que ha sufrido el sector indígena a lo largo de nuestra historia, sobre todo en las últimas seis o siete décadas. Podemos decir, que el discrimen ha sido de tal magnitud que al Indio se le ha perseguido hasta después de muerto. Lamentablemente, esa política de carácter étnico, ha predominado en la Academia, donde expositores de esa tendencia han utilizado expresiones muy fuertes para demostrar su animosidad contra la primera raíz.
Sobre este tema tengo un libro en preparación. Por razones de tiempo no podemos ilustrar sobre esta historia subterránea tan importante. Pero sí podemos adelantar algunos ejemplos estelares. Cuando el Dr. Ricardo Alegría concibió la idea de crear un emblema o escudo para el Instituto de Cultura Puertorriqueña, pensó inmediatamente en incluir los tres elementos que sirven de base o de zapata a la cultura puertorriqueña. Ya concebida la idea, solicitó el respaldo artístico de Lorenzo Homar. Don Ricardo quedó anonadado cuando comenzó a recibir las reacciones sobre la trilogía expuesta. Para su sorpresa, el rechazo mayor vino contra el nativo de Boriquén. Varios académicos de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, le cuestionaron sobre la presencia del indígena: “¿Qué hace ese indio ahí, si nosotros no tenemos nada de indio?”, preguntaban algunos con cierta fuerza en su tono de voz. Curiosamente, sobre los otros dos elementos, el español y el africano, no se presentaron objeciones. Otra curiosidad es que dicho cuestionamiento se sigue esgrimiendo. En fecha muy reciente, un Catedrático de Literatura de ese mismo centro universitario, Dr. Ramón Luis Acevedo, levantó el mismo argumento, cuestionando la presencia del indio en el escudo porque el español y el africano son los “principales elementos formadores de nuestra identidad cultural puertorriqueña” y porque “la indígena es la que ha tenido menos peso, menos continuidad y menos proyección real en la cultura puertorriqueña”. De acuerdo a Acevedo, el indígena es “más una ausencia que una presencia, más un mito que una realidad”. Acevedo apoya la tesis de José Luis González de que los primeros puertorriqueños fueron los africanos y sus descendientes porque rompieron sus lazos con África y aceptaron nuestra sociedad como la suya. Empero, al indígena no se le puede considerar puertorriqueño porque, de acuerdo a su opinión, esa identidad no existía y al mezclarse desaparecieron.
Este discurso que por años hemos visto en la Academia ha llegado hasta los límites raciales y biológicos. Jalil Sued Badillo ha expresado desde la década de 1970 que los puertorriqueños no tenemos sangre indígena en nuestras venas. En 1978 dejó escrito lo siguiente: “Como investigadores del tema indígena podemos asegurar que la herencia biológica de los aborígenes en Puerto Rico es totalmente inexistente”. Este argumento es totalmente erróneo. En Maricao hemos encontrado sub grupos de sangre como el “Diego Blood”, de procedencia indígena. Estudios realizados en Venezuela demuestran que el 60% de los Panare tienen ese tipo sanguíneo. En algunas zonas indígenas del Perú alcanza hasta el 53%. Además, los estudios sobre el ADN mitocondrial de los puertorriqueños demuestran que el 62% tiene algún ADN de origen indígena. En algunos lugares del país los resultados fueron sorprendentes porque alcanzó hasta un 80% como en algunos focos de la Indiera.
Existe otro punto cuestionable en esta actitud de algunos sectores de la Academia y de las instituciones culturales del Estado. Nos referimos al argumento de que toda actividad que se realice para recordar el pasado indígena o reivindicarlo, se trata de una expresión racista para desmerecer o ignorar nuestra herencia africana. Es muy común en estos debates combatir el racismo con otra expresión racista. Y ese constante argumento de que los indios que sobrevivieron eran extranjeros se presenta sin recordar que los españoles y africanos también lo eran.
Aun en el caso de que esa supervivencia indígena no se hubiese materializado biológicamente, no entendemos porqué se subestima, porqué se desvaloriza, porqué se dice que es el elemento que menos aportó a nuestra cultura, cuando es todo lo contrario. Si nos apartamos de los prejuicios, si nos alejamos de esa visión occidental que permea en la Academia, veremos que la cultura indígena fue la cultura madre que adoptaron y asimilaron los recién llegados. El problema reside en la mentalidad occidental que todavía domina en la Academia, por más pro indios que seamos, por más pro africanos que seamos. Por ejemplo, cuando la Academia estudia el espiritismo solamente piensa en Alan Kardec, como si el espiritismo lo hubiesen traído los europeos. Se nos olvida que nuestro indígena era animista y aquí logró sobrevivir el animismo en la cultura jíbara y aún se mantiene su presencia en muchas prácticas. Cuando llega el llamado “espiritismo científico” a Puerto Rico aquí teníamos un espiritismo “nativo”, como le llamaba Oscar Lamourt. En nuestras investigaciones de campo, iniciadas en 1975, comenzamos a tomar conciencia sobre la magnitud de esa sobrevivencia. Al releer la obra de Manuel Alonso nos dimos cuenta que nuestro jíbaro sustituyó el cemí por el santo de madera. Por ejemplo, dice Alonso que los jíbaros colocaban sus imágenes en el mismo lugar del bohío que lo colocaban los nativos de Boriquén. Y ampliando los límites de la información, podemos asegurar que ese fenómeno se mantuvo en algunos lugares hasta la década de 1940. Por ejemplo, hemos encontrado que entre Morovis y Orocovis jíbaros de descendencia indígena enterraban a San Antonio en el conuco de yuca para que la cosecha fuese buena y abundante.
Cuando Eugenio Fernández Méndez estudió el sistema de pesca que utilizaban los puertorriqueños de Loíza descubrió que el sistema de los corrales se mantenía intacto a pesar de haber transcurrido quinientos años. Más sorprendente para mí fue encontrar una anciana de descendencia indígena que me narró la historia de cómo el cura de la iglesia le había cambiado su apellido. Ellos eran los Mamía y fueron bautizados con el apellido Rivera. El apellido Mamía se mantuvo en Utuado y pasó al barrio Cialitos Cruces a través del corredor del barrio Saliente. Ese nombre lo tenían dos clanes de familias indígenas en las tierras invadidas y ocupadas por el Rey de España, en el Toa y en el Otoao. No sé cómo puede calificar la Academia a esa forma de resistencia, tan asociada a la identidad.
Las sobrevivencias indígenas están por donde quiera. Lamentablemente, como suele ocurrir, no las encontramos porque no las estamos buscando. Se le llama casualidad al fenómeno de que un historiador, etnólogo, antropólogo, o cualquier persona, encuentre algo que no está buscando. De hecho, la sobrevivencia indígena en nuestra literatura no se ha encontrado porque la Academia buscó sus límites en la literatura oficialmente conocida, es decir, la buscó en las leyendas literarias y no en las leyendas folclóricas donde abundaban, sobre todo en el corpus de la literatura oral jíbara donde la clasificación occidental de los géneros literarios no tiene ningún sentido, ni para descubrirla ni para entenderla. La Ceiba del Cacique, historia del Chimborazo, en el municipio de Florida, y la historia del Indio y la española que pagaron un alto precio por su amor, allá entre Río Hondo y Doña Elena, de Comerío, son dos buenos ejemplos.
Para entender los procesos históricos de Puerto Rico se hace necesario reconocer las dos zonas geopolíticas de nuestro archipiélago. El occidente es el territorio del separatismo y también de la revolución. El oriente la plaza y baluarte del autonomismo anexionista. La línea la podemos trazar por Orocovis. De hecho, las tumbas que representan el colonialismo están en Barranquitas. Betances nació en Cabo Rojo. Hostos en Mayagüez. Ruiz Belvis en Hormigueros. José de Diego en Aguadilla, y así sucesivamente. El Grito de Lares fue en Occidente. El Grito de Jayuya en Occidente. A manera de tesis, la cual continuamos investigando y profundizando, es que esa cultura política, con todas sus expresiones, viene, en mayor o menor grado, como uno de los factores influyentes, del mundo indígena. Y que en dicha zona fue que el indigenismo se expresó políticamente. Se trata del desarrollo de un indigenismo político, más allá de ese indigenismo literario que reconoce la Academia.
Hay muchos cabos sueltos que poco a poco hemos ido uniendo. Se trata de un rompecabezas cuyas piezas hemos ido desuniendo y uniendo. Porque en una colonia, para armar la historia tenemos que desarmarla primero. Una de las piezas nos la ofrece la geografía política. El polo mencionado casi coincide con el territorio del antiguo Partido de San Germán. Otra de las piezas es la geografía étnica. Desde el mal llamado “censo” de Lando encontramos que dos terceras partes de la fuerza de trabajo de indios encomendados estaban en el Partido de San Germán. En cambio, dos terceras partes de los esclavos estaban en el Partido de Puerto Rico, a pesar de ser un territorio más amplio que el primero. Es decir, en términos relativos, y vista en el contexto de la cantidad de los encomenderos, la fuerza de trabajo nativa estaba en las montañas de San Germán. Precisamente, Fray Iñigo Abbad dejó escrito que los naturales lograron sobrevivir en las montañas de dicha zona. La información la podemos corroborar en el texto del cosmógrafo Juan López de Velasco que hablaba sobre la existencia de un pueblo de Indios llamado Cibuco, en las montañas del Este del pueblo de San Germán. Hablamos de 1570. Y también es corroborada en la crónica de Antonio de Herrera, que data de 1601. Los indios naturales participaron en la fundación de Añasco, suceso que ocurrió en 1703. Esa participación indígena tiene que haber sido significativa porque hemos encontrado que una de las principales calles de Añasco tenía un nombre indígena que por su asonancia parece ser el de un cacique y que dicho nombre logró conservarse hasta el siglo XIX.
La presencia indígena en la zona oeste también se va expresando políticamente. El sistema de Apartheid que fomentó España en Puerto Rico, auxiliado por el sistema de endogamia imperante, contribuyó a darle paso a que los naturales estuviesen segregados en las compañías de milicias. Bajo el mismo criterio fueron organizadas milicias de negros y de indios. En la década de 1780 existía una compañía de indios en San Germán. Algunos colegas, historiadores de Cabo Rojo, enfatizan que esa o una de ellas, existía en dicho pueblo.
La presencia de indios armados es parte de esa historia. Contribuyeron a la defensa de un Puerto Rico libre de holandeses, franceses y de ingleses. La historia de Boriquén es la historia de un país soberano que practicaba el libre comercio y que por un pacto o convenio no escrito, dejaba que los españoles encerrados en las murallas de la ciudad de Puerto Rico, desde antes de 1635, se creyeran que mandaban en el país. Empero, cuando tuvieron que rebelarse contra los “cachacos” (nombre que utilizaba el jíbaro para referirse a la casta de españoles y criollos), también lo hicieron. No podemos dejar pasar la oportunidad para recordar que ese indigenismo, de naturaleza política, también estuvo presente en el levantamiento indígena de San Germán, ocurrido en los años 1701 al 1712. La protesta estuvo dirigida por el indio José de la Rosa. El segundo en mando del ejército estaba en manos de Cristóbal Lugo. Documentos de la Audiencia Territorial de Santo Domingo identifican a Lugo como un mestizo. De acuerdo a las investigaciones realizadas por el insigne historiador, Francisco Lluch Mora, cuando el ejército jíbaro–criollo se retiró, inmediatamente buscó refugio en Las Indieras. Este dato es relevante porque nos hace pensar que se trata de otra pieza en el proceso de la marcada presencia indígena en la etapa de sobrevivencia.
Todos esos elementos de expresión, incluyendo la lucha por sus derechos, la vemos muy marcada en la rebelión betancina de la década de 1860. Las consignas y proclamas, muchas de ellas están dirigidas al elemento jíbaro–boricua, como identidad primaria. Podrá decirse que ese elemento indígena se trata de un mito, de un icono, de un símbolo; pero están ahí. Nadie lo puede borrar. Sobre todo cuando en las historias orales de la zona de La Indiera, esa identidad jíbaro indígena todavía se mantenía con fuerza. La identidad del jíbaro como estrato indígena era de tal relevancia que el gobernador Sanz tuvo que decirle a los separatistas, mediante comunicación oficial en La Gaceta de Puerto Rico, que ya ellos no eran indios. La escuela mexicana, por voz de Alfonso Caso, destacó que “es indio el que se siente indio”. Ningún obispo, gobernador, alcalde, censor, ni mucho menos un historiador, tenía la facultad de violentar el derecho de los que querían autoproclamarse indios.
Nuestra historiografía enterró al indígena y estableció una política oficial que establece que podemos celebrar la rebelión indígena, sus aportaciones y hasta conmemorar su cultura en un Festival Anual, todos los años en Jayuya, pero que dichas acciones tienen que estar dentro del marco de recordar al indio muerto, al indio que solamente se nos permite llegar a través de las crónicas de los conquistadores y, sobre todo, a través de la arqueología. Respetuosamente, exhorto a todos los interesados a estudiar al indio, antes y después de la llamada conquista, pero también los exhorto a investigar y estudiar al Indio en la etapa de la sobrevivencia. Gracias por su atención.
Nota: La presentación de Juan Manuel Delgado fue en horas de la tarde del sábado 19 de febrero en el panel que compartió junto al Dr. Osvaldo García Goyco, Dr. Luis Rivera Pagán y la escritora Tina Casanova. En el transcurso de la exposición Delgado ofreció otros datos pertinentes y también logró ampliar la temática central al contestar preguntas del público. Una versión completa y exacta de su conferencia aparecerá en un libro que recoge el contenido de todas las ponencias.
Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe
Curso: Historia de la sobrevivencia indígena en Puerto Rico
Dr. Juan Manuel Delgado
Semestre enero – mayo de 2011.
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