19 de diciembre de 2010

Un aplauso a Martorell

Por: Juan Manuel Delgado


     En medio de tanta impotencia y confusión colonial surge el acto de heroísmo cívico y político de Antonio Martorell. Por este medio aplaudimos su decisión de retirar dos de sus obras que  estaban en poder del llamado Tribunal Supremo de Puerto Rico. 
     Después de realizar una reflexión sobre este suceso concluimos que esas obras nunca debieron estar en dicho edificio. En ese claustro jurídico solamente una micro minoría de ojos privilegiados podían disfrutarlas. Ojalá que las obras “Escarabajo” y “Espejuelos”, cuyos títulos están irónicamente relacionados con la naturaleza de ese tribunal, puedan ser trasladadas a otro lugar para beneficio del pueblo. Ahora que la noticia le añade un valor simbólico y hasta monetario a las obras, no debe el autor permitir que sean adquiridas por coleccionistas privados. En vista de que las había destinado a un edificio de gobierno, y no a un museo, lo exhortamos a que las done a una escuela de derecho para que puedan ser apreciadas por los profesores, estudiantes, trabajadores y visitantes. Y, sobre todo, para que sean un símbolo de esa falta de visión que necesita la justicia que, dicho sea de paso, siempre se luce como estatua vendada y desequilibrada. Unos grandes espejuelos le hacen falta a la justicia para que no camine como el escarabajo, dando tumbos y volteándose bruscamente.
     Tiene razón Martorell de calificar como una “infamia” el acto de aumentar el dominio  numérico de un partido en el tribunal con el fin evidente de lograr su control absoluto. Así es y así ha sido ha durante casi sesenta años. En los tiempos del muñozato se aumentó de siete a nueve y su control partidista era total. El dominio del partidismo crudo llegó a tal nivel que los gobernadores del Partido Popular nombraban al tribunal a ex directores de campañas políticas o a activistas políticos, práctica que continuó el PNP. Y ese foro, en el pasado, fue un ente de persecución del independentismo. Muñoz cometió la infamia de nombrar como Presidente del Tribunal Supremo a Cecil Snyder, verdugo de Pedro Albizu Campos. Y luego a José Trías Monge que con lista de “subversivos” en la mano autorizó el arresto de casi dos mil independentistas, víctimas de la paranoia muñocista.
     Más allá del juego partidista que realizan esos dos partidos coloniales, analizando el escenario en el contexto constitucional, podemos resaltar que dicho tribunal es un ente colonial. Sin lugar a dudas, es uno de los principales símbolos y centros protectores de la colonia. No hay infamia más grande que el colonialismo.
     Loa a la acción de Antonio Martorell por denunciar y protestar con tanta vehemencia y traer a la palestra pública un asunto de infamia suprema.


Publicado en Claridad, edición del 2 al 8 de diciembre de 2010.

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